Autora: Daniela Perleche Ugás. Bach. arquitecta e investigadora del Grupo de Investigación URBES-LAB de la Universidad Nacional de Ingeniería.
Columna publicada originalmente en Noticias Ser
Esta semana la columna de Comadres cuenta con la colaboración especial de Daniela Perleche Ugás. La Plataforma Comadres es un espacio que busca posicionar el trabajo de las mujeres en el análisis de la política nacional e internacional.
La pandemia ha develado diversos problemas estructurales que habían sido normalizados en el caótico trajín de la vida diaria. Esta coyuntura nos ha llevado a cuestionar la desigualdad social y replantear cómo deberían funcionar algunas cosas en la ciudad, como los servicios básicos, la movilidad y los equipamientos urbanos. Entre estas discusiones, quizás uno de los grandes ausentes ha sido la inseguridad ciudadana, a pesar de ser uno de los mayores problemas que aqueja al país desde hace unos años (INEI, 2018). La falsa ilusión de que la delincuencia había disminuido en un 84% durante el estado de emergencia cambió radicalmente a partir del mes de mayo. El número de denuncias se duplicó, mostrando que la criminalidad no había desaparecido, sino que se encontraba latente (La República, 2020). La intención de este texto es reflexionar cómo el espacio produce y reproduce la inseguridad, así como repensar el discurso del miedo que moldea nuestras ciudades. Estos componentes son fundamentales al momento de pensar en la “nueva normalidad”.
Desde el 2011, más del 80% de peruanos percibió que podía ser víctima de un delito (INEI, 2017). Como resultado, las diversas estrategias individuales y formas de organización vecinal para protegerse y cuidarse del crimen han transformado la ciudad a partir del miedo. Un ejemplo de esto son las rejas en las calles y parques, las casas amuralladas o los condominios cerrados. En paralelo a las medidas físicas, muchas juntas vecinales se han organizado en torno a las acciones conjuntas contra el crimen. En este sentido, cabe preguntar si la seguridad no debería ser un punto de agenda central en el debate sobre la ciudad que queremos y construiremos en la post-pandemia.
El problema de la inseguridad ciudadana es bastante amplio y multicausal. Tratar de reducirlo a la percepción que tenemos sobre un lugar puede ser un error. Sin embargo, no podemos ignorar que el miedo y el discurso que se teje a partir de él influyen en nuestra experiencia de vida en la ciudad, teniendo un efecto mayor en grupos más vulnerables. Es común asociar las zonas inseguras con lugares descuidados, con poca afluencia de gente o falta de iluminación. Debido a esto, en muchos casos los ciudadanos prefieren la seguridad de los espacios privados -tales como los centros comerciales- por encima de las calles y parques. De esta forma empezamos a sentir la ciudad como ajena y, a su vez, terminamos marginalizando a quienes habitan en las zonas “peligrosas”. Nuestro uso de la ciudad se fragmenta, reduciendo las posibilidades para la socialización y formación de ciudadanía.
Por otro lado, las características de la ciudad también modelan al tipo de delitos que ocurren en ella. Así como nuestras actividades diarias están condicionadas por la ubicación de nuestro hogar, nuestro centro de trabajo o las rutas de transporte, las actividades delictivas -como el robo o el hurto- se mueven bajo una lógica espacial. No es casualidad que las zonas de alta incidencia de robos coincidan con lugares de fácil escape, espacios con gran afluencia de personas donde el anonimato está asegurado, o espacios donde no hay vigilancia permanente (serenazgo, policía), por citar algunos ejemplos. En los últimos tres meses, los delincuentes han adaptado sus dinámicas a las actividades económicas que se fueron retomando y a lugares donde la vigilancia se redujo, aprovechando desde el tráfico generado en ciertas avenidas, así como lugares aledaños a centros de abasto, bancos o cajeros automáticos.
Entonces, ¿cómo pensar los espacios post-pandemia a partir de la agenda de seguridad ciudadana? En primer lugar, deberíamos abandonar la idea de confrontar a la inseguridad a partir de nuestros recursos y posibilidades individuales. Es decir, pagando vigilantes privados, sistemas de seguridad privados, o la construcción de rejas bajo fondos colectivos. Las entidades encargadas del gobierno y diseño de la ciudad deben replantear su rol para combatir el problema de la inseguridad e ir más allá de los medios de control tradicionales como los serenazgos o juntas vecinales organizadas. Las autoridades deben ser promotoras de actividades para la apropiación vecinal de los barrios y mejorar sus condiciones físicas con un diseño producto de procesos participativos. Se necesitan espacios y equipamientos donde los vecinos puedan realizar sus actividades diarias con confianza y sensación de seguridad, tanto en el día como en la noche.
Por otro lado, se debe tener en cuenta que las soluciones al problema de la inseguridad no se reducen a rediseñar y/o proponer parques, veredas y pistas cual receta de libro. La espacialidad y su diseño son aristas para abordar el problema, pero no son la única solución. Tampoco el robo ni el hurto son los únicos delitos que incrementan este miedo y reducen la ciudadanía. Hay zonas en el Perú que han sido tomadas y que manejan dinámicas espaciales más complejas y violentas que los ejemplos mencionados. El problema de la inseguridad no es el mismo en la avenida Abancay, que en una zona tomada por bandas criminales donde es común tener disputas a mano armada, incluso en cuarentena. Por lo tanto, también es necesario incluir la variable espacial dentro de las políticas de prevención, así como otros programas sociales que eviten la reproducción de la delincuencia.
No podemos ignorar que la inseguridad seguirá siendo un problema estructural post-pandemia, incluso con mayor intensidad que antes. En ese sentido, se deben fomentar las investigaciones e innovaciones en políticas públicas que consideren al entorno urbano en la lucha contra este problema. El espacio construido debe ser un soporte para la seguridad y convivencia ciudadana.
Referencias bibliográficas
Instituto Nacional de Estadística e Informática (2017). Victimización en el Perú 2010-2017. INEI
Instituto Nacional de Estadística e Informática (2018). Encuesta Nacional de Hogares. INEI
La Republica. (22 de junio de 2020). La delincuencia ha vuelto con fuerza y urge una estrategia. https://larepublica.pe/sociedad/2020/06/22/la-delincuencia-ha-vuelto-con-fuerza-y-urge-una-estrategia-pnp/
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